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martes, 19 de noviembre de 2013






Adela pasea entre los estantes del super, le cuesta una eternidad hacer la compra, mira y remira indecisa, todas las cajas le parecen enormes, no hay paquetes del tamaño de la soledad. Llega hasta las frutas y a escondidas coge unos granos de uva, se las come allí mientras la gente pasa. Es algo que hace a veces, cada vez más a menudo, abrir un paquete de bollos y comerse uno o de fruta. No lo necesita, está económicamente bien situada, tiene un buen trabajo con un sueldo más que suficiente, en el que está valorada por su jefe y compañeros.

Carlos aparca el coche, sale rápidamente entra en el super y va metiendo cosas en el carrito como un autómata. Tiene prisa por volver a encerrarse en esa habitación que es su vida, una vida cuadrada, de horas delante de la pantalla del ordenador escribiendo lo que mañana borrará cuando se levante. Su musa se fue con Ana, de eso hace mucho, hace tanto que no sabe quien vino antes o si vinieron juntas, lo que sabe es que ya no están. Llega hasta las frutas y coge una bandeja de uvas, estas se desparraman por el suelo, el paquete estaba abierto, algunas llegan rodando hasta los pies de Adela que las mira indiferente.

No hay música, esas músicas ñoñas que quedan bien cuando los dos se miran a los ojos y sonríen y parecen pensar "donde has estado toda mi vida?". No hay música, ni miradas, ni chico conoce chica, ni nada, porque esto es la vida y la vida no es una película. 

Lo único que si existe es el fundido a negro de todos los días.




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